Toda la creación no debería remitir
al creador, pues no
tiene merito por si misma, el mérito es del autor. Así como valoramos al autor
de las obras humanas, de libros, cuadros, esculturas o catedrales. Dios es el
autor de todo, como nos dice en su palabra:
Sabiduría 13
"La
incapacidad natural del hombre se revela en su ignorancia de Dios. Todo lo que
admiran por su valor no los llevó a conocer al Que es. ¡Se quedaron con las
obras y no reconocieron al Artesano! Consideraron como dioses que gobiernan el
mundo tanto al fuego como al viento, a la brisa, el firmamento estrellado, el
agua impetuosa o las luminarias del cielo. Fascinados
por tanta belleza, los consideraron como dioses, pero entonces, ¿no debieron
haber sabido que su soberano es todavía más grande? Porque sólo son
criaturas del que hace que aparezca toda esa belleza. Si estaban impresionados
por su fuerza y su actividad, debieron haber comprendido que su Creador es más
poderoso aún."
"Porque la grandeza y la belleza de las criaturas
dan alguna idea del Que les dio el ser. … Pero ni aun así están libres de
culpa: si fueron capaces de escudriñar el universo, ¿cómo no descubrieron en
primer lugar al que es su Dueño?"
Romanos 1
"Porque
lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la
inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad, de forma
que son inexcusables; porque, habiendo conocido a Dios,
no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron en
sus razonamientos y su insensato corazón se entenebreció: jactándose de
sabios se volvieron estúpidos, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por
una representación en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos, de
reptiles.
Por eso Dios
los entregó a las apetencias de su corazón hasta una impureza tal que
deshonraron entre sí sus cuerpos; a ellos que cambiaron la verdad de Dios por
la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en vez del Creador, que es
bendito por los siglos. Amén."
Pero si la
belleza de la creación tiene ese poder que debería elevar cada vez que la vemos
nuestra fe, admiración y amor al Creador, mucho más deberíamos admirarle
y amarle por la belleza que refleja en la creatura humana, culmen
prodigioso de toda la creación. Incluso es en el ser humano donde Dios quiso
dejarnos su imagen y semejanza, su obra admirable, por las cualidades
espirituales, racionales, de inteligencia, creatividad… por los dones y
talentos con que Dios ha dotado a cada uno.
Tanto es así,
que toda obra admirable de los hombres, o éxitos de los hombres deberían
remitirnos también al creador, pues el merito de la inteligencia y capacidad
humana es para Dios. Así lo pide la revelación divina: A El sea todo honor y
toda gloria por los siglos.
Los seres humanos, desde nuestra
mirada corta y estrecha, vemos distorsionado y nos
apropiamos fácilmente de lo que recibimos por la abundante e infinita
capacidad y bondad de Dios, que da a todos a manos llenas. Podríamos creer que
es merito propio y atribuirnos los éxitos y logros como cosa nuestra.
1 Corintios 4,6s. para que ninguno de vosotros se
vuelva arrogante a favor del uno contra el otro. Porque ¿quién te distingue? ¿Qué tienes que no recibiste? Y si lo recibiste, ¿por qué te jactas
como si no lo hubieras recibido?
Es lo que San Ignacio de Loyola llamo
extorsión de propiedad. No podemos apropiarnos de lo que es un don gratuito de Dios, del que
solo somos administradores para ponerlo al servicio de los demás, pues para eso
lo hemos recibido, para dar gloria a Dios dando mucho fruto, desde lo que cada
uno es (Juan 15,8).
Por ello cuando me gusta un cuadro o una catedral
debería remitirme a la causa primera, a Dios creador de todo, el que dotó a
los hombres para elevarse en cuerpo y alma, haciéndose participes y co-creadores
de tanta belleza, con las capacidades y dones otorgados por el Amoroso creador.
Cuando
escucho una conferencia llena de sabiduría que me eleva el alma y el corazón, debería ensalzar a la magnanimidad de
nuestro Dios que ha dado al hombre su capacidad de conocer y exponer
sabiduría, y me ha dado la capacidad de entenderla y acogerla.
Los
aplausos que parecería dirigimos al conferenciante, deberían ir dirigidos a
Dios, dador de los dones que hacen posible todo. Si sacamos
a Dios de la ecuación, quedamos en una mirada corta, intramundana, donde nos
endiosamos a nosotros mismos, donde nos creemos capaces de eso y de más, como
si pudiéramos algo sin Dios, como si fuéramos dueños y autores de nuestra
propia vida. Quedamos miopes o ciegos respecto a Dios y a todas las verdades
reveladas por El.
Por ello siempre que aplauda, será
solo una partecita para el instrumento de Dios que puso los dos panes y el pescado,
pero la mayor parte del aplauso ira al que hizo la multiplicación para que con
esa pobre humanidad, con esa pobre aportación humana, hayan sido nutridas
multitudes. Me dirigiré y alabare y ensalzare al autor de la vida que hace
posible nuestra interacción, nuestro dar y recibir, nuestro poder hablar y
escuchar, entender y aceptar.
Y cuando sea aplaudido, reconoceré
que la mayor parte de ese aplauso es para glorificar a Dios, que es el que hace posible ese
regocijo común, ante la belleza creada por El, ante lo que solo con sus dones y
bondad es posible disfrutar. Solo así estamos en la verdad, y
solo en la verdad tenemos verdadera comunión con El, que nos va
liberando de la cortedad de miras y de los engaños del maligno.