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sábado, 27 de febrero de 2010

JESUS TE HABLA HOY


CÓMO CREER
No me refiero con esta pregunta a qué hacer para creer en Dios, pues tengo clara la sencilla respuesta que nos da Dios en su Palabra: Escucharle. “¿Pues cómo creerán en alguien de quien no han oído?... La fe viene por la predicación de la Palabra de Dios” (cf. Rm 10,14-17). De lo que aquí quiero reflexionar es de los modos diversos de creer en Dios que hay en la misma Iglesia católica.

Se puede creer de muchas maneras, tantas como concepciones de Dios se tengan. Desde quien concibe a Dios castigador o justiciero que tenderá a reproducir ese patrón y a vivir exigiendo cumplimientos, hasta quien concibe a Dios bondad y misericordia, que vivirá su fe de modo muy distinto y actuará diferente del caso anterior… ¿Cómo saber de Dios, cómo conocer lo que Él es y quiere de nosotros? No tenemos otra revelación de Dios más que la manifestada en la Biblia y mediante la Tradición de la Iglesia. Pero hemos de hacer una correcta interpretación, siempre a la luz de Cristo, que es la plenitud de la revelación. No podemos inventarnos a Dios, ni crearlo a nuestra imagen. Él se reveló en Cristo. Simplemente hemos de saber escuchar para conocerlo, amarlo y vivirlo.


Habría que señalar junto a la Sagrada Escritura, la importancia de la Tradición, pues Dios nos habla de manera especial por ambos medios: Biblia y Tradición. Claro está que también nos puede hablar por la propia conciencia, por cualquier persona, como por las circunstancias; pero el criterio para discernir lo que es o no es de Dios vendrá de la Palabra y de la Tradición. La Tradición sería el modo en que los primeros cristianos interpretaron y vivieron la Palabra de Dios, por lo que es como la lente para poder leer correctamente la Biblia y no caer en la infinidad de interpretaciones erróneas que podrían hacerse y se hacen, especialmente por quienes no gozan de comunión con el sucesor de Pedro y por tanto están fuera de la fe apostólica -o fe de los apóstoles- que se conserva en la Iglesia, gracias a la Tradición y el Magisterio.


Creo que hemos de ser humildes, bajarnos del endiosamiento en el que tan fácilmente nos montamos, reconocer que somos simples creaturas, con muy poco acceso a conocimientos de lo eterno, y con sólo cinco sentidos para percibir algo del mundo que nos rodea. Ni siquiera podemos fiarnos tanto de nuestra lógica humana, como muchas veces hacemos; la realidad, y especialmente la espiritual, rebasa con mucho nuestra lógica racional.


La soberbia humana nos lleva a creernos en posesión de la verdad absoluta, fiándonos más de nosotros mismos que de la Palabra de Dios. Esto creo que está en la raíz de la diversidad de concepciones de Dios y modos de creer que encontramos actualmente dentro de la misma Iglesia católica. Tantas nociones de Dios como personas, cada uno a su manera. Es normal que el agua tome la forma del recipiente que la contiene, pero ha de seguir siendo agua. Somos recipientes muy diversos, pero lo importante es recibir el agua viva de la fe sin mezclas, añadidos ni supresiones, no fiándonos más del propio criterio que del mismo Dios en su Palabra, o de la Iglesia de Cristo, que recibió la misión de custodiar el depósito de la fe trasmitida por los apóstoles.


No porque parezca ilógico que seamos el único planeta habitado, siendo tan inmenso el universo, podemos deducir que hay más planetas habitados. No porque el infierno, el cielo, Dios o el diablo choquen con nuestros razonamientos humanos, vamos a negar su existencia. Sería demasiado atrevimiento de nuestra parte. Sería como endiosar a nuestra razón lógica, que da mucha cabida a lo irracional –como haría en este caso, sacando tales deducciones sin fundamento consistente- por encima de las verdades reveladas. Y como Él nos dice, su amor excede todo conocimiento. La última palabra no la tiene el yo de nadie, sino Él, que se reveló en la historia, y tal revelación se recopila en lo que conocemos como Sagrada Escritura. “Cielo y tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mc 13,31).


No que tengamos que anular nuestra razón, inteligencia o entendimiento. Por el contrario, hemos de ponerlas al servicio de la fe, para dar razón de ella, pues no son incompatibles. La fe es razonable, aunque siempre supera y excede la razón. La razón no puede encasillar y limitar a Dios en el lenguaje y conceptos humanos. Él excede nuestro conocimiento y capacidad de comprensión, como todas las realidades de lo eterno, del más allá, que para nosotros, como humanos, seguirá siendo misterio desconocido. La razón ha de estar al servicio de la fe, pero no pretender encasillarla y acotarla. No está por encima, sino por debajo, a su servicio, sin poder agotar toda la comprensión posible de Dios, pues le supera.


¿He puesto mi inteligencia al servicio de la fe? ¿Cómo y cuándo lo hago?
¿Qué importancia tiene razonar nuestra fe? (1Pe 3,15)
¿Puede su amor infinito permitir la cruz de su Hijo? ¿Por qué? ¿Cómo entiende Dios el amor? ¿Y cómo entiende la muerte?

JESUS TE HABLA HOY


LLAMADO A LA SALVACIÓN POR LA FE


JESÚS NOS LLAMA A CREER EN ÉL


Todas las quejas de Jesús en los Evangelios son sobre la falta de fe de los que le rodean. Es lo que nos muestran claramente frases como: “Hombres de poca fe, ¿por qué dudasteis?”, “Generación incrédula, ¿hasta cuándo tendré que soportaros?”, “Creéis en Dios, creed también en mí”, “Porque has visto has creído, felices los que crean sin haber visto”,…


No es que Jesús nos invite a una fe irracional y temeraria, como muchos piensan. Jesús les dio muchas razones para creer en Él, por ello les dijo: “Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque a mí no me creáis, creed por las obras y así sabréis y conoceréis que el Padre está en mí y yo en el Padre” (Jn 10, 37s). “Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mi. Al menos, creedlo por las obras” (Jn 14,11).


Su palabra y sus obras, su vida entera, sus señales milagrosas, como también los evangelios, que nos dan tantos motivos para creer, viendo en Él el cumplimiento de las profecías, son motivos más que suficientes para fundar nuestra fe. Pero no nos bastarían si no decidimos creer, para poderlo experimentar vivo en nosotros. Al vivir su palabra, al creerlo y reconocerlo vivo, experimentaremos la vida nueva que Él da, y sólo así lo conoceremos y tendremos fe verdadera, bien fundada en experiencia personal; así, ninguna teoría, ni siquiera las amenazas, podrá tambalearla. “Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8,31s).
No, no debe ser sin fundamento nuestra fe, eso sería muy peligroso. No podemos creer cualquier cosa, necesitamos tener experiencia de algo para poderlo creer, de lo contrario creeríamos igual a Dios que al diablo, irracionalmente, enterrando el talento más grande e importante que Dios nos dio y que nos distingue del resto de animales: la inteligencia. Jesús se confronta con los que incluso viendo y experimentando su poder se niegan a creer, no quieren aceptarlo, cerrándose así a la salvación y Vida que Él nos trae.


Obviamente necesitamos experimentar a Dios, conocerle, ser capaces de dar razón de nuestra fe y esperanza, como nos pide la Palabra (cf. 1Pe 3, 15). De lo contrario no tendría fundamento, y tan fácil como creímos podríamos dejar de creer, pues una fe sin conocimiento ni experiencia, ¿de qué nos serviría? No podríamos vivirla sin conocerla, como no puede hacer nadie la voluntad de Dios si la ignora y si no se le escucha cada día. No podríamos dar a nadie razón de nuestra fe y fácilmente nos podrían convertir a cualquier otra fe, sea de esoterismos, sectas, o a cualquier otra pseudo-religión. Como decía San Francisco de Asís: “De Dios conocemos lo que experimentamos”.


Una fe sin un sustento, sólido y experiencial, sería temeraria, como lo es el creer a cualquier vendedor o a cualquier persona. Hoy en día abunda la mentira y el engaño. Jesús llamó padre de la mentira al diablo, también tratado como príncipe de este mundo, y tiene muchos instrumentos humanos para propagar engaños y mentiras. Hemos de ser muy críticos y precavidos para no comer de ese veneno que tanto daño puede hacernos, tanto a nosotros como a nuestras relaciones. Necesitamos mucho cuidado con los engaños, que son la cizaña que siembra el enemigo por doquier y cada día más, pues si la recibes como verdad, puede hacerte mucho daño.


Parece que, como en todos los tiempos, seguimos siendo personas sin inteligencia, de dura cerviz para comprender y acoger las enseñanzas de Dios (cf. Ex 32,9; Dt 31,27; Hch 7,51), dejando de lado lo fundamental y aferrándonos a cosas secundarias; menospreciando el manantial de aguas vivas para apegarnos a cisternas agrietadas que no retienen el agua (cf. Jer 2,13) buscando donde no está y comiendo lo que no alimenta o incluso nos hace daño (cf. Is 55,1-3). Así muchos siguen siendo escrupulosos con cualquier placer de los sentidos, como si fuera pecado, sin darse cuenta de verdaderos pecados con los que realmente ofenden a Dios, pues desoyen su voz. Como le decía Jesús a los fariseos, que cuelan un mosquito y se tragan un camello (cf. Mt 23,24) es decir, escrupulosos con el cumplimiento de normas humanas, muchas de ellas, y dejan de cumplir mandamientos más importantes como el amor al prójimo, que es lo más subrayado por Jesús; pero la soberbia y egocentrismo ciega al hombre, por lo que deja entrar la mentira con tanta facilidad, sin darse ni cuenta (cf. Ap 3,17-20).


¿Puedo prescindir de personas o cosas menos de Dios? Él es la verdadera media naranja de todos y cada uno; es Él quien nos complementa y plenifica. Él es el Señor, y no puedo tener otro señor, otro guía y maestro que Él (cf. Mt 23,8-10) y los que me hablen en su nombre, pues están en Él, siendo sus instrumentos humanos. Pero únicamente por acción del Espíritu Santo se puede aceptar y reconocer a Jesús como Señor (cf. 1Co 12,3) y nadie puede abrirse al Espíritu Santo sin la fe (cf. Jn 1,12; 7,39) y nadie puede tener la fe verdadera si no se le predica la Palabra de Dios (Rm 10,14.17).


¿Reconoces algún engaño o mentira tenida por cierta, en ti, en tu familia, en tu contexto y sociedad? ¿Qué es lo que más se valora en nuestro mundo y qué es lo que realmente vale más a los ojos de Dios?¿Puedes identificar algo que tomes como grave y no lo sea tanto para Dios, o viceversa? ¿Tienes algún ejemplo de una fe peligrosa y temeraria? ¿Cómo podemos tener una fe bien fundamentada?