Mucha parte de la Iglesia ha optado por acercarse a los
hombres y a su mentalidad, para ganarlos para Cristo, desde su identificación con
ellos, desde su compartir mismos gustos, intereses, valores, etc. Esto fue lo típico
que introdujo cursillos de cristiandad desde su origen en los 60 donde impacto
ver a los que predicaban decir palabrotas y lenguaje como el de los
destinatarios. Y esto les desmontó sus prejuicios y esquemas de religión y los ganó
para Cristo.
Esto también tiene mucho de parecido
con lo que hizo Cristo en su encarnación, haciéndose uno de nosotros, asume
nuestra imperfección y defectuosidad humana, se hizo “pecado” llega a decir San
Pablo, para ganarnos para el Reino de Dios, por lo visible seamos arrebatados
al amor del invisible. Asume nuestra humanidad para hacernos participes de su
divinidad, nuestra pobreza para hacernos participes de su riqueza.
Siempre fue así la evangelización. A
través de los sacramentos, signos sensibles, fuéramos capaces de relacionarnos
con el invisible. Con símbolos y cantos, y arte que era sumamente expresivo y
diciente en las épocas en que se fue originando, muchos aprendían a conocer y
amar a Dios.
El problema empieza cuando pretendemos sacralizar esos símbolos
y signos y perpetuarlos. Pretender que lo mismo que fue significativo e instrumento
de apertura a Dios en otro tiempo, siga siéndolo por siempre. Ahí esta la
torpeza humana que tiende a anquilosarse y cesa en su capacidad de crear, según
las necesidades de cada cultura y época a las que hay que evangelizar y llegar
con signos y símbolos elocuentes y significativos, lo cual varía en cada tiempo
y lugar.
No podemos
pretender que los mismos medios que sirvieron en el siglo II para acercar a
Dios, sigan sirviendo en el siglo XXI. Obvio que muchas cosas si seguirán siendo
válidas, como las lecturas de la Palabra portadora del mensaje, pero tal vez no
podamos decir lo mismo de las diversas mediaciones en el arte, música,
construcciones… Lo que en otro tiempo pudo ser atractivo y admirable puede que
en otro tiempo y lugar deje de serlo, y no deberíamos aferrarnos a esas mediaciones
humanas haciendo de ellas un fin en si mismo, cuando solo son medios, que valen
solo en la medida que nos llevan a la verdadera finalidad.
A esto se refieren varios documentos de la Iglesia cuando
hablan de la necesidad de nuevas estructuras para la evangelización. Hoy muchos
alejados de la Iglesia acudirían mas fácilmente a una casa del vecino, o a un restaurante,
antes que al templo parroquial, por ejemplo.
Por ello tal vez no deberíamos seguir
usando música del siglo XVI si son muy pocos a los que hoy por hoy les gusta y
les acerca a Dios. Usemos lo que mas conduzca a esta finalidad.
Lo mismo sea dicho del tipo de
lugares para congregar a la asamblea de fe, el tipo de símbolos que usamos,
etc. Hoy muchos símbolos ya no expresan lo que quisiéramos trasmitir, por lo que
si no se explican no dicen nada, ni significan nada.
Necesitamos abrirnos a la creatividad del Espíritu para
crear nuevas prácticas, nuevos medios, nuevo arte, que hoy pueda ayudar mejor
en la tarea evangelizadora, como en siglos pasados crearon novenas, rosario,
jaculatorias, oraciones, cantos, templos romanos y góticos, etc.
¿Acaso se agotó ya
la creatividad del Espíritu? No hablo de cambiar todo, ni de cambiar por
cambiar, ni a lo loco ni a ciegas. Conservemos todo lo que sigue siendo válido,
atractivo, mediación para la fe, pero no nos cerremos a la creatividad del Espíritu,
para crear nuevos medios evangelizadores.
A eso creo que se refiere San Juan Pablo II cuando dijo que
necesitamos una nueva evangelización: nueva en su ardor, métodos y expresión,
nuevos medios para llegar a más, para encarnar el evangelio al hombre de hoy al
que también Cristo quiere acercarse por medio de su Iglesia.
No sacralicemos los medios del pasado para anquilosarnos en
ellos, ni tampoco satanicemos todas las novedades que el Espíritu quiere
brindar al hombre de hoy. A eso se refiere mucho el Papa Francisco
cuando critica a los que dicen: es que siempre se ha hecho así. Para evolucionar
hemos de abrirnos al vino nuevo y a los odres nuevos. No tener medios rancios
del pasado que repugnaran a los jóvenes y a las nuevas generaciones. Estemos siempre
abiertos a la novedad del Espíritu; o al menos respetarla, sin pretender que todo
sea según el propio gusto o inclinación.
Hoy vemos
lamentablemente división en la iglesia por esta torpeza de aferrarse cada uno a
sus gustos o preferencias, cuando todo debería estar en función de servir a la misión
evangelizadora a la que Cristo nos llama, sin apego a nada, ni a mediación alguna.
Conservadores que quisieran que no hubiera cambiado nada desde el siglo XV, que
siguiéramos con la misa tridentina en latín.
Otros que quisieran todo totalmente distinto. No es cambiar
por cambiar, es guiados por el espíritu para llevar el evangelio a cada cultura
y a cada generación, cambiando lo que sea necesario para ese fin. El Espíritu
es el que nos va guiando, como JS prometió. Y no practicamos los sacramentos
igual que en épocas pasadas. No hemos de anquilosarnos en ninguna de las épocas
pasadas, seguimos siendo guiados por el ES.
Necesitamos madurez humana y
espiritual como jóvenes para respetar el “rancio” gusto de los mayores, y como
mayores para respetar el “loco” gusto y preferencia de los jóvenes. Y respetar
que ambos necesitan estilos y mediaciones diversas para no caer en el exclusivismo
que nos distanciaría o aniquilaría la sana y legitima apertura a los nuevos
medios evangelizadores. No todo tiene que ser al gusto del cura de turno, pues nadie
vive para si mismo, sino para el bien de la comunidad. Por eso tampoco debe ser
todo al gusto del viejito de la parroquia, ni tampoco del joven.
Respetemos las diversas mentalidades y culturas que hemos de
convivir, así como en una misa bilingüe hay que respetar que la lengua que le
sirve de mediación para transferir el mensaje de vida a unos, es distinta de la
que sirve a otros, y hay que sacrificar un poco de su tiempo sin entender nada,
para que se estén beneficiando otros. Igual deberíamos de respetar cantos juveniles,
arte, y expresiones que sirvan a nuevas generaciones. Incluso con madurez
espiritual preferir sacrificar el propio gusto, para beneficio de otros, el
propio liderazgo y realización para que nuevos líderes y servidores más jóvenes
se introduzcan y participen.