EL HIJO DE DIOS
El hijo de Dios sabe vivir en la pobreza y en la riqueza, rodeado de placeres o sin ninguno, pues no se apega a nada de esta tierra, vive peregrinando hacia Dios y tiene claros cuales son los valores verdaderos que no está dispuesto a perder por nada del mundo. Es decir, está apegado sólo a Dios.
Que caiga cualquier cosa menos la fe que me une a Dios, que pierda los ojos del cuerpo pero no los del espíritu que me permiten valorar lo eterno, el gran Tesoro del Reino de Dios (cf. Mt 13,44).
Dios no está en contra del placer ni del bienestar humano, como lo está contra la maldad y toda clase de atadura que esclaviza al hombre y que lo convierte en idólatra que no deja a Dios ser Dios, pues no le deja actuar en su vida, ya que se abre a otros ídolos de los que hace depender su felicidad, de los que espera más que de Él y a los que ama más que a Él. Dios quiere que participemos de su vida en abundancia y de su felicidad plena (cf. Jn 10,10; 15,12).
Solamente no quiere Dios lo que hace daño al hombre, pero no tiene inconveniente alguno con lo que le realiza y hace feliz, que es principalmente el Amor. Por ello quisiera Dios que amásemos siempre y a todos, incluso a nosotros mismos. Que cuidemos nuestra salud física, anímica y espiritual por amor a Él, a nosotros mismos y al prójimo.
Me alimento y cuido mi salud como una respuesta a la llamada de Dios, que quiere que me ame a mí mismo y que sea instrumento de su amor en el mundo; quiere servir y amar a sus hijos por medio de mí y de ti, quiere hacer el bien a muchos a través de nosotros, y nos ama tanto que quiere siempre nuestro bien, por lo que hemos de cuidarnos y ser responsables con nuestra vida, como buenos administradores de los dones y carismas que de Él recibimos para ponerlos al servicio de los demás.
Quiere Dios para nosotros un amor auténtico, el que busca el bien del amado, no el amor egocéntrico y ególatra que es opuesto al amor. Amar primero a Dios, reconociéndole y dándole su lugar; amar a los demás y a mí mismo será buscar el bien propio y ajeno; y el máximo bien de cualquier persona es abrirse por la fe al tesoro de Dios, a la comunión con Él; de ahí que el mayor amor que podemos demostrar es viviendo lo más grande que podemos vivir y ayudando a otros a vivirlo también: la comunión con Dios.
Sería absurdo que la creación y sus deleites, que Dios hizo para que me uniera más a Él y lo glorificara y agradeciera por todo, me llevaran a enemistarme y separarme de Él. Dios quiere valerse de lo creado para seducirnos y atraernos, para que le reconozcamos en sus obras, nos sepamos muy amados por Él y le sepamos amar, dándole siempre a Él el primer lugar y sin hacernos esclavos de creatura alguna.
Rm 1, 20: “Porque lo invisible de Dios (su poder eterno y su divinidad) desde la creación del mundo se deja ver a la inteligencia a través de sus obras, de forma que son inexcusables, porque habiendo conocido a Dios no lo glorificaron como Dios ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron en sus razonamientos y su insensato corazón se entenebreció…”
¿Has sabido glorificar a Dios y agradecerle por tu salud, bienestar y todo lo que Dios te da en la creación? ¿Has sabido reconocer la mano amorosa de Dios en la naturaleza por Él creada y en la inteligencia humana que Él nos dio?
¿Has hecho mal uso de la salud y del cuerpo, de la inteligencia, carismas y talentos que Él te ha dado? ¿Puede usarse lo que Él nos dio para nuestro bien y mayor comunión con Él, para el propio perjuicio o de los demás? ¿Cómo?
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sábado, 26 de septiembre de 2009
domingo, 20 de septiembre de 2009
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