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jueves, 21 de noviembre de 2013

CIENCIA Y FE

Creo que hoy por hoy es claro para todos que no estamos hablando de cosas incompatibles o excluyentes entre sí, como pretenderían muchos ateos militantes y fanáticos de la actualidad, por además muestran en ellos su abismal y lamentable ignorancia.

Fe y ciencia no son incompatibles, como no lo son los huevos y el jamón. Cada una sirve para una cosa, pues versan sobre realidades diversas, como diverso es lo material de lo espiritual.

Si la ciencia versa sobre lo visible y material, la religión o la fe versa sobre lo invisible y espiritual.

Ninguno puede hablar del campo del otro. Es decir, la fe no puede decirnos si es la tierra o es el sol el que gira, si la creación fue hace 1 millón de años o hace 100 millones de años, pues no es su área. Eso que lo digan los científicos, que por cierto, muchas cosas no podrán comprobarlas y por ello hablamos de teorías de la creación, y cada científico creerá en una teoría, pero sin pruebas contundentes, pues ninguno puede comprobar de modo fehaciente, pues se trata de cosas de un pasado muy remoto, por lo que hay muchos eslabones perdidos.

Así también la ciencia no podrá hablarnos de lo invisible, ni de Dios, ni del amor, ni de los sentimientos, pues no hay métodos científicos para medirlos ni controlarlos, son temas invisibles no medibles por los instrumentos de la ciencia que versan sobre lo visible y lo material, no sobre lo inmaterial, que por lo demás, no es menos real que lo material, pues todos tenemos experiencia del oxígeno, aunque no lo veamos, o del amor, odio, fe, etc. no perceptible ni medible por la ciencia.

Por tanto ciencia y fe versan sobre áreas distintas, y como es lógico, se perciben y experimentan de modos diversos. Cada una en su área, no una menos real que la otra. Una sobre lo visible otra sobre lo invisible. Una sobre lo temporal otra sobre lo eterno, una sobre el cuerpo y lo material otra sobre el espíritu y lo inmaterial. Ambas importantes para nuestra vida en la tierra. Pero la fe necesaria para nuestra vida eterna y para nuestro bienestar espiritual.

Una adquirida por los hombres en su investigación de la naturaleza y con recursos materiales de la creación, la otra revelada por Dios, pues el hombre no podría decir nada de lo que no puede conocer humanamente, como es de Dios y sobre el espíritu o la eternidad. Eso nos ha sido revelado, aunque también podemos conocerlo espiritualmente y tener experiencia, obviamente de modo distinto de las experiencias que tenemos de lo material, como es distinta la experiencia de lo que ves, que de lo que oyes, o de lo que cargas y te pesa.

Así también tienes experiencias de lo inmaterial por los sentimientos y emociones, de frustración, amor, ira, temor…. Todas son distintas entre sí, y no menos reales que lo que experimentas al cansarte, trabajar o comer. De igual manera la experiencia espiritual es de otro orden, la que reportan y viven millones de personas a diario, y no menos reales que las otras.

Todas reales y evaluables con métodos distintos. Así como no puedes medir la distancia con un peso, ni el peso con un metro o termómetro, sino que cada instrumento sirve para medir algo específico, así el hombre, naturalmente no puede captar las cosas del espíritu, pues sólo espiritualmente pueden ser conocidas, como nos dice la misma palabra de Dios en 1 Co 2.

Pero ante la experiencia de Dios todos experimentamos como San Pablo (Fi 3,7): Un valor infinitamente superior y más valioso que cualquier otro valor temporal de este mundo. Todo lo tengo por basura comparado con el conocimiento de Cristo. Y así lo expresó también Jesús: es como un Tesoro que el que lo encuentra en un campo, vende cuanto tiene para adquirir aquél campo, para expresar el valor superior del tesoro de la fe, en su lenguaje gráfico característico de su cultura.

Así, pues, el mejor científico del mundo puede ser hombre de fe, abierto a Dios, como los ha habido siempre, pues no son incompatibles, sino todo lo contrario, se fortalecen y ayudan mutuamente a un conocimiento más completo de la realidad. Y el más santo y creyente de la tierra puede ser también el mejor científico y hombre versado en cualquier ciencia o arte de este mundo, como también los ha habido siempre. Por lo que es claro que lejos de ser incompatibles, ciencia, razón y fe se complementan de maravilla, y sería ideal que todos tuviéramos mucho de las dos.