Hay
diversos grados de tolerancia a la frustración o a las dificultades de la vida.
Uno puede sufrir un serio trauma psicológico con un grado 3 de dificultad y
otro ni con un grado 30 queda tan herido, por ser mucho más resistente y capaz
de soportar. Las sensibilidades son distintas en cada persona, en parte por las
experiencias anteriores que nos han ido capacitando o incapacitando para
soportar. Los problemas o adversidades de cada día nos capacitan para la vida y
para soportar adversidades mayores; mas si una persona nunca las ha tenido, no
podrá tolerar ni las más pequeñas.
Uno
puede llorar más por haber reprobado un examen que otra persona por haber
perdido todos sus bienes y quedar endeudado; tal vez porque nunca antes había
suspendido y estaba acostumbrado a sacar las notas más altas, por lo que
aquello fue frustrante para él; mientras que el otro ya pasó muchas veces por
esas situaciones, y por ello, ya no le causa tanta perturbación, pues ya
aprendió a manejar ese problema.
Cada
persona tiene distinta capacidad de enfrentar las contrariedades de la vida,
como podemos ver claramente en la cotidianeidad; de ahí que cada uno reaccione
de modo distinto: lo que para unos es el problema mayor que pueden tener en su
vida, que les lleva a deprimirse o incluso al suicidio, para otros es algo
aceptable y que hay que vivirlo sin por ello dejar de ser feliz. Hay quienes se
deprimen o se quitan la vida si les tienen que mutilar una pierna o si quedan
ciegos, y hay discapacitados de todo tipo más felices que muchos en perfecto
estado de salud.
No
podemos proyectarnos como hacemos habitualmente, pensando que los demás sienten
y piensan como nosotros. En realidad pueden darse algunas coincidencias en
modos de ver y de pensar, así como afinidad de criterios, especialmente con los
que uno convive, familiares, amigos u otros, pero todos desde nuestra
originalidad irrepetible, pues somos únicos y siempre podremos encontrar
diferentes modos de valorar y percibir, incluso respecto a las personas más
afines. No podemos tener la misma autoestima ni salud psicológica, ni las
mismas capacidades, preferencias, deseos, etc.
Esto
puede causar serios problemas de convivencia, pues donde uno es feliz el otro
sería infeliz; con lo que uno puede convivir el otro no. Es entendible, pues
cada uno hemos tenido desde que nacimos distinto aprendizaje de la vida, de
nuestras propias experiencias, tropiezos y caídas, encuentros y desencuentros,
que han marcado de modo diverso nuestra vida y, por tanto, nuestras ideas,
principios y valores.
En
definitiva, hemos de reconocer la originalidad de cada ser humano, ella se hace
patente y notoria casi en todo lo que hace y piensa. Las mismas experiencias
que traumatizan a unos para otros son perfectamente llevaderas y hasta
deseables, y de igual modo, es única la manera que necesitará cada persona para
resolver sus problemas, por lo que los psicólogos tendrán que descubrir el modo
de ayudar a cada uno desde su mundo muy particular, que no es la misma forma
que le sirvió para ayudar a otro con ese mismo tipo de conflicto.
Concluyendo meditemos qué
consecuencias debe tener esta realidad en nuestras relaciones interpersonales.
¿Qué nivel de comprensión y tolerancia tengo o debo tener con los demás? ¿He
sabido respetarlos y tratarlos como distintos o me empeño en que deben ser como
yo quiero y pienso? ¿Pretendes alguna vez imponer? ¿Crees que puedes mejorar
imponiendo a la fuerza? ¿Cómo sería adecuado educar?