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lunes, 4 de enero de 2010

LA CARIDAD

Dios es amor, Dios es caridad, y los hijos de Dios debemos caracterizarnos por tener también esta cualidad: AMOR.

Dios ha dejado las miserias de los hombres para que nosotros los cristianos practiquemos con ellos la misericordia, el amor, la caridad, y así seamos semejantes al Padre eterno que es bondadoso y compasivo con los más necesitados.
Si supiéramos ser misericordiosos y caritativos, anticiparíamos el juicio de Dios sobre nosotros, porque ya lo ha dicho el Señor en el Evangelio que serán bienaventurados los misericordiosos porque obtendrán misericordia de Dios, y todos necesitamos de la misericordia de Dios porque todos somos más o menos pecadores y necesitamos del perdón divino.


Toda la doctrina del cristianismo es simplemente el amor practicado en todos los niveles, con todos, a todas horas y en todo lugar, especialmente con los más desprotegidos, los más necesitados y los más débiles, que son los preferidos de Dios y que Dios ha puesto en nuestro camino para que los ayudemos.
Tengamos mucha delicadeza con los pequeños de este mundo, porque lo que hagamos a ellos se lo hacemos al mismo Jesucristo, al mismo Dios, y Él lo toma como hecho a Sí mismo.

Si pensáramos bien estas cosas no tendríamos ningún tipo de desprecio con los más pobres de este mundo, con los enfermos, los mínimos, con los analfabetos, con los más tercos y pecadores, con los de poca inteligencia o con los soberbios, porque estaríamos convencidos de que cuando los auxiliamos estamos auxiliando al mismo Señor del Cielo y de la Tierra.

Lo que sucede es que nos falta fe y caridad, nos falta amor y tenemos un corazón endurecido. Ya lo dice la Sagrada Escritura que hacia el fin de los tiempos el mal será tan grande que en muchos la caridad se enfriará, y esto es lo que está sucediendo ahora. No dejemos al egoísmo que nos haga sus víctimas y tengamos encendida la caridad para con todos.